El libro
-algo concreto- preservó, preserva y preservará, seguramente en el futuro, como lo hizo hasta ahora, la longevidad o
persistencia de lo escrito, manteniendo custodiado, a través del tiempo, su contenido,
el que se corresponde con todo lo real, ideal o ficcionalmente vivido. Con él ha
conseguido el hombre -pensador anhelante y creador prolífero- desplazar hacia
delante, es decir hacia el futuro, la línea ilusoria del horizonte temporal,
trazada por su propia alma, relacionando, así, funcionalmente, el efímero
“ahora” con el más allá de la duración de la vida. La era digital, dentro de la
cual los seres humanos nos encontramos inmersos hoy, fue la encargada, mediante
su aporte tecnológico, todavía incomprensible para muchos, de transformar en
inmaterial o abstracta esa “bíblica” custodia, hasta hace poco de foliatura
vegetal.
Aquí debemos
detenernos para reconocer que el hombre, valiéndose de la tecnología, escribe y
publica en soportes varios y lo está haciendo con inmejorables intenciones. Una
buena parte del conocimiento obtenido, se encuentra, hoy, suspendido en la
“dimensión virtualidad”, difuminado, desintegrado, atomizado con forma de nube o
niebla de rocío o polvo de cristales minúsculos. En la “nube”, es decir en las
alturas. Y así parece, (ya que así nos lo imaginamos todos) por cuanto es allí,
en lo alto, donde los humanos ubicamos todo lo que se nos presenta como
misterioso. Nube, ésta, a la que concebimos deslizándose lentamente y en expansión,
envolviéndonos de a ratos.
Pues bien, de
ella debemos decir varias cosas: 1º) No sólo que se mantiene, en ese sitio conformando
“la nube” concebida por nuestra
imaginación, sino, también, 2º) Que, de manera excelente, se encuentra sostenida
por “lo tecnológico”, en algún disco rígido gigantesco el cual, funcionando de
la manera en que lo hacen las neuronas y otras partes del cerebro humano, al sobrevenir
las ganas de saber algo o conocer algo o volver a insistir en antiguos saberes,
conocimientos o informes “almacenados” allí,
con sólo llegar a activar, de manera correcta, cierto mecanismo, esa sola acción nos permite tomar parte, del ritual mediante el cual se consigue,
como por arte de magia, que el acceso, o el retorno deseado respecto de todo
cuanto concierne a ese universo, ya sea estableciéndose o reestableciéndose, se
cumpla. Y se cumple (somos todos testigos de esa verdad) cuando se produce el reencuentro,
de la idea expresada por medio de una frase enviada en su momento a “la nube”, con
algo relativamente consistente, concreto y hasta comprobadamente firme, ubicado
en la dimensión “real”, como lo es “la pantalla”, en medio de la cual encontramos
escrita plasmáticamente (es decir sobre agua) esa idea, luego del requerimiento
provocado, las tantas veces que hacerlo fue considerado necesario. Idea, ésta, expresada, previamente, en la
frase enviada a la dimensión virtual y de la cual sólo sabemos que fue depositada
allí para quedar apresada con su forma delineada
ya perdida, movida, borroneada, de palabra no expresada, ni emitida, ni escrita,
siquiera. Pero mantenida, allí, en suspenso, en tren de espera, jugando su
pasivo rol, sin posibilidad de huída.
Diremos por
último 3º) Que esa pantalla, (la generadora y receptora) siempre actúa, de
manera natural, en su calidad de “intermediaria”, entre la idea, en estado de
preservación y absolutamente cargada de represión (represión al sólo efecto de permanecer
obligatoriamente escondida por el tiempo que dure su latente espera), y el
papel u otro soporte a crearse en el futuro (impensado, todavía), los cuales habrán
de servir, cuando la impresión se concrete, para testimoniar, de manera “real” y “fehaciente”,
sobre la persistencia de la existencia de las ideas contenedoras del
conocimiento e información, resguardados de ese modo, en la dimensión virtual.
Conocimiento
e información que permiten al ser humano ir acercándose paulatinamente a la Verdad. Verdad
siempre relativa, considerada por Nietszche como “metáfora conceptual de la
realidad” (en constante acercamiento).
Cuando del
“saber” se trata, todos anhelamos, respecto de él, un buen resguardo; una sobrevivencia,
del mismo, “efectiva”. Palabra, esta última, proveniente de la idea de “acción
efectora” o dicho de otro modo: “Acción
concreta: la que cobra efecto. Acción contundentemente real, por “efectivizarse”
sobre base sólida.
Entonces y
por todo lo expresado, sólo nos resta decir, al respecto, lo que ya todos
sabemos: 1º Que el ser humano común, práctico conocedor del manejo de la
tecnología, carece del grado de conocimiento suficiente, necesario para
comprender, en profundidad, las verdaderas claves de las fórmulas cuyo dominio
posibilita el control funcional de lo depositado en “la nube”. Y 2º Que actualmente los
ingenieros, técnicos electrónicos del mundo entero; investigadores especializados, todos, de modo conveniente, en
este asunto, son, quienes se encuentran capacitados, precisamente, para expresar
la última palabra y actuar en consecuencia, respecto de los casos que este tema
genere. Y que, de entre ellos, son, en realidad, muy pocos los que tienen
acceso al ejercicio de ese tipo de control franco. El ansiado. El que garantice
de aquí en más el cumplimiento de la hoy declarada sagrada consigna: La de
mantener con vida eterna esa información compleja acumulada y ese grado superlativo
de conocimiento adquirido, al que, los humanos, hemos arribado. A ellos y sólo
a ellos, les solicitamos, puntualmente, que consideren la posibilidad de que ese
resguardo resulte rigurosamente efectivo,
especialmente cuando la humanidad se encuentre
inmersa en algún momento de los llamados “críticos” (Por lo peligrosos).
Momentos en los que el papel, por ejemplo, o cualquier otro tipo de soporte, de
preservación real y lógico, por causas diferentes, dejen de requerirse.
Amanda
Patarca. (2011)
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