martes, 22 de enero de 2019
¿Qué viste, cuando viste lo que viste? (Poema libre)
¿Qué viste, cuando viste lo que viste? (Poema libre)
Acápite
-¿Qué viste Magdalena en el sepulcro cuando, queriendo acompañar con tu lamento el reposo perdurable de tu amor, llegaste sola?
-Sólo vi un gran vacío, ahogado en el llanto de la desolación. Y estupor en los ojos de los que fueron llegando. ¡Nos está faltando Dios, aquí! Me dije, esperando la respuesta milagrosa.
********O********
Yo no soy Magdalena pero, como ella, he presenciado, visto y observado los extremos: El nacer y el morir.
Y entre esos dos caprichos celestiales contrapuestos, la vida que fluyendo sin reclamos ni angustias de su parte,
me concedió, después de mi dolor maestro, acumulado por sucesivas muertes, siempre de otros,
lograr el goce del cenit del sexo y el purificador olvido, desechador de afrentas.
Me completé con las caricias del amor al cual, de cerca, vi su cara. Y entregada a él, cerrando los ojos al
malentendido, desde mi alborozo, disparé mis flechas colosales, orientándolas hacia la eternidad.
Hoy recuerdo la grandeza de la aurora, en su ascenso radiante, cuando la observaba siendo feliz sin saberlo,
por no haberme detenido nunca a pensar, mientras amaba.
Pero también recuerdo, certificando, que esa aurora, por su cósmica condición
de heredera envolvente del sol, seductor incendiado,
y generadora del derrame de luz en sosegado desliz ascendente,
distribuido por mitades siempre, sobre la sumisa tierra esperanzada, a oscuras,
se iba retirando de mi vista, sepultándose a solas, tan demoradamente ante mis ojos como para celebrar, hoy,
su ancestral propósito de conseguir, de ese modo y por su medio, el resurgir magistral de cada día,
Juro que jamás preste atención a su mensaje, pero ahora, inmersa en este instante y conjugando mi propio asombro, caigo, velozmente, de la altura de mi estupor tardío, entendiéndolo todo, dándome cuenta.
Hoy celebro este hecho, el de darme cuenta, iluminando con el haz de luz de mi conciencia lo que nunca advertí:
Celebro el soplo de la vida que engendró el aliento que me impulsa, llegado, en el inicio, a mis entrañas
y a esta calma encargada del permanecer yo aquí, ligada a mis lejanos testimonios,
provenientes de aquel remoto tiempo adormecido u olvidado, el de mis perdidos o escondidos ancestros,
recién hoy recobrados: esos, los míos, los del empedernido amor filial.
Y lo hago enlazada hasta gritar de gozo en el enredo glamoroso con mis hijos, surgidos al misterio de la vida
desde el orgullo de mi estirpe y la de él, mi hombre: preservador de realidades y propulsor de la esperanza altiva.
Aliado y socio fundador en la matriz hormonal de mis entrañas, asegurada contra todo riesgo.
Y… ¿Se podrá saber algún día, qué más viste, mujer, mientras cubrías los segmentos brutales de tu vida?
Vi la muerte rondar por todas partes. La observé muy de cerca, mostrándose invencible, certera y cuidadosa, como
el verdadero amor. Y le rehuí combatiéndola. Como para que mi rechazo a su forma de ser, me preservara,
ayudándome a develar la incógnita infinita cotidiana de ese asunto incomprensible, sólo mío: mi verdadera esencia
humana.
De gran consistencia en su imagen formal y al mismo tiempo abstracta, insubstancial.
Y fue la muerte la que respondiendo a mi rechazo me ayudó. Lo hizo alegremente, tatuándome en el vientre
una figura simple: la de un espiral de humo, dirigida hacia el cielo, sin enredo en el hilo dibujado… -Con material extraído de tu
cuerpo usado -me dijo. Y agregó: -Semejante al que de ti escapará un día cuando, sin dejar de repudiar próximas muertes, transformada en
incienso, aceptes resignada irte conmigo.
Amanda Patarca.
YO NO QUISE AGREDIRTE (Soneto libre)
La cruz, también quiso sumarse a este texto.
YO NO QUISE AGREDIRTE (Soneto libre)
Fue mi madera la que el verdugo usó
-alegoría muda, enraizada-
cuando mi abrazo arrogante terminó
como una sombra negra agazapada.
Sabia seca y sangre coagulada
adheridas al hierro de los clavos
hoy le informan al mundo que hermanadas
reniegan de ese crimen poco claro.
Yo no ordené clavarte a mi madera
ni al terror por tu sangre derramada.
Del reino vegetal, y a pesar mío,
surgió la idea del servir inmóvil.
Yo no quise ser cruz, pensé ser cuna.
Cuna de Niño Dios, si me dejabas.
Amanda Patarca
¡Jacarandá!
¡Jacarandá!
-Dijo la flor celeste desde el suelo-.
Mi plaza reza y si florece llora.
Reza con Dios cuando se acerca al cielo,
llora con Él cuando en su suelo implora.
¡Qué hermosa está mi plaza colorida!
¡Qué extraña paz se asienta en su follaje!
El vibrar de una luz cerró mi herida.
Su azul-violáceo transformó el paisaje.
Todo es quietud; mil flores allá arriba
aplacando el fulgor de las retamas
me informan de la vida que se iba
desprendiendo capullos de sus ramas.
No saben de morir pero se mueren
renaciendo caídas sobre el suelo.
No saben de nacer pero sonríen
cuando me ofrecen duplicado el cielo.
Como lluvia de plumas sublevadas
desde donde está Dios caen y caen
para poder planear como ellas saben
entregando su vuelo a mi mirada.
Cuando el día se va, la plaza queda
semioculta detrás de su alegría.
Pero al volver, la luz de cada día
viste de azul lo que en la calle rueda.
¡Jacarandá! me dice mi alma en celo.
Tu plaza reza y si florece implora.
Reza con Dios cuando refleja el cielo
Ora con Él cuando su suelo llora.
Amanda Patarca
El paraíso y sus cuentas. (Alejandrino) (Instantánea)
El paraíso y sus cuentas. (Alejandrino) (Instantánea)
Una lluvia de flores cae del paraíso
y en mi pelo se anidan las cuentas del collar
que mi madre enhebraba hilvanando mi hechizo
mientras me perfumaba con su dulce mirar.
Mi patio está exaltado, su palidez me asombra,
titilan en la noche estrellas desde el suelo.
Y el paraíso enorme desbordando su sombra…
me envuelve con su manto regalándome el cielo.
Y mientras me detengo al roce de este instante,
oscilando aferrado a un brote de glicina
un pájaro pequeño de color fulgurante
me regala su gloria, cantándole a la vida.
Amanda Patarca
EL NIÑO POBRE -Visto por un ángel- (Alejandrino)
EL NIÑO POBRE -Visto por un ángel- (Alejandrino)
I.- Con el sol en los ojos lo vi dormir afuera.
Un hambre de polenta no lo deja crecer.
En su casa se amoldan a lo que trae el día
y el día sólo aporta más ganas de comer.
El padre sin trabajo, suspendido en la obra
que apañaba sus ansias ofreciendo trozados
desvelos angustiados en sueldo semanal,
amargado y sin rumbo, vacías las dos manos
buscando otros caminos se fue un amanecer.
Cansado del pan duro sin ablandar en sopa;
harto de la miseria que lo entregó al dolor;
por vagar taciturno al salir por las noches,
sin rumbo y sin mañana, a repartir destellos
de hiel acumulada debajo de su piel,
en el barrio sospechan que lo tragó el ayer
Nadie sintió su beso ni el peso de su mano,
pesada y lastimada posándose indulgente..
Pero a todos bendijo con desesperación
restándole a la mesa su boca codiciosa
temblorosa y profana, indigna y sin razón.
Se fue sin dejar huella; sin siquiera un indicio.
Como si hubiera muerto, nadie dio más con él.
Sin embargo la madre de esa casa en tinieblas
sintiendo ese algo raro que hoy palpita en su ser
sabe que prontamente suplirá aquella boca
con el niño que lleva y que está por nacer
II.- Regresará aquel hombre, lo sé porque lo intuyo
merodeando esa casa, sin trabajo ni fe.
Pero el niño que viene -montado en otra aurora-
surgido de su entraña, lo obligará a crecer
Se esmerará en el rumbo con que encauce su vida
para que su familia se complete con él.
Ese niño que ambula, que está solo y espera;
el mismo que esta tarde con el sol en la frente
yo vi dormir afuera, desde su altura mira,
compara, saca cuentas, sin lograr comprender
lo que nadie le dice porque nadie lo ve.
III.- Y a mí, que miro y pienso y medito y no hablo,
ni me muestro ni escribo… A mí, que nunca río
porque lloro sin llanto, mojando con rocío
las veredas del mundo, porque soy sólo un ángel…
Tampoco me ve nadie y como Dios deambulo
me aflijo y resignado, los dejo proceder,
resguardado a la sombra… Sugiriendo, tal vez.
IV.- Cuando el padre regrese… Y esa madre callada
aportando en silencio su prudente orfandad
se dé cuenta de todo… Y yo logre espiarlos
como pude hacer siempre, desde mi dimensión,
detectando el anhelo de ese encuentro deseado,
huidizo y angustiante, con la oportunidad,
ese niño -y los otros-, cumplido aquel deseo,
pensando por sí solo, despojado del miedo,
sin pedir nada a nadie, ya erguido y arrogante,
derramando fulgores, bajo el manto del cielo.
cuidará de sí mismo, observado por Dios.
Amanda Patarca.
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