¿Qué viste, cuando viste lo que viste? (Poema libre)
Acápite
-¿Qué viste Magdalena en el sepulcro cuando, queriendo acompañar con tu lamento el reposo perdurable de tu amor, llegaste sola?
-Sólo vi un gran vacío, ahogado en el llanto de la desolación. Y estupor en los ojos de los que fueron llegando. ¡Nos está faltando Dios, aquí! Me dije, esperando la respuesta milagrosa.
********O********
Yo no soy Magdalena pero, como ella, he presenciado, visto y observado los extremos: El nacer y el morir.
Y entre esos dos caprichos celestiales contrapuestos, la vida que fluyendo sin reclamos ni angustias de su parte,
me concedió, después de mi dolor maestro, acumulado por sucesivas muertes, siempre de otros,
lograr el goce del cenit del sexo y el purificador olvido, desechador de afrentas.
Me completé con las caricias del amor al cual, de cerca, vi su cara. Y entregada a él, cerrando los ojos al
malentendido, desde mi alborozo, disparé mis flechas colosales, orientándolas hacia la eternidad.
Hoy recuerdo la grandeza de la aurora, en su ascenso radiante, cuando la observaba siendo feliz sin saberlo,
por no haberme detenido nunca a pensar, mientras amaba.
Pero también recuerdo, certificando, que esa aurora, por su cósmica condición
de heredera envolvente del sol, seductor incendiado,
y generadora del derrame de luz en sosegado desliz ascendente,
distribuido por mitades siempre, sobre la sumisa tierra esperanzada, a oscuras,
se iba retirando de mi vista, sepultándose a solas, tan demoradamente ante mis ojos como para celebrar, hoy,
su ancestral propósito de conseguir, de ese modo y por su medio, el resurgir magistral de cada día,
Juro que jamás preste atención a su mensaje, pero ahora, inmersa en este instante y conjugando mi propio asombro, caigo, velozmente, de la altura de mi estupor tardío, entendiéndolo todo, dándome cuenta.
Hoy celebro este hecho, el de darme cuenta, iluminando con el haz de luz de mi conciencia lo que nunca advertí:
Celebro el soplo de la vida que engendró el aliento que me impulsa, llegado, en el inicio, a mis entrañas
y a esta calma encargada del permanecer yo aquí, ligada a mis lejanos testimonios,
provenientes de aquel remoto tiempo adormecido u olvidado, el de mis perdidos o escondidos ancestros,
recién hoy recobrados: esos, los míos, los del empedernido amor filial.
Y lo hago enlazada hasta gritar de gozo en el enredo glamoroso con mis hijos, surgidos al misterio de la vida
desde el orgullo de mi estirpe y la de él, mi hombre: preservador de realidades y propulsor de la esperanza altiva.
Aliado y socio fundador en la matriz hormonal de mis entrañas, asegurada contra todo riesgo.
Y… ¿Se podrá saber algún día, qué más viste, mujer, mientras cubrías los segmentos brutales de tu vida?
Vi la muerte rondar por todas partes. La observé muy de cerca, mostrándose invencible, certera y cuidadosa, como
el verdadero amor. Y le rehuí combatiéndola. Como para que mi rechazo a su forma de ser, me preservara,
ayudándome a develar la incógnita infinita cotidiana de ese asunto incomprensible, sólo mío: mi verdadera esencia
humana.
De gran consistencia en su imagen formal y al mismo tiempo abstracta, insubstancial.
Y fue la muerte la que respondiendo a mi rechazo me ayudó. Lo hizo alegremente, tatuándome en el vientre
una figura simple: la de un espiral de humo, dirigida hacia el cielo, sin enredo en el hilo dibujado… -Con material extraído de tu
cuerpo usado -me dijo. Y agregó: -Semejante al que de ti escapará un día cuando, sin dejar de repudiar próximas muertes, transformada en
incienso, aceptes resignada irte conmigo.
Amanda Patarca.
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