“Por haber
sido creado por Dios, este es el mejor mundo posible”. Esta frase sintetiza la conclusión a la que llegaron
Cándido, el protagonista, y su amigo, el filósofo Panglóss, dos personajes de
Voltaire, que viven en las páginas de su libro: “Cándido (o el optimismo)”.
Frases absolutamente opuestas a la que arribaran muchos de los otros personajes
del mismo libro, sobre el cual Voltaire se encargó de depositar buena parte de
su ironía y hasta de su sarcasmo.
El traductor,
de ese libro (Ediciones Negro Siglo S.A. 1994), el Dr. Ralph, y Amparo
Azcona, la prologuista del mismo, llegan, por vía interpretativa, también
utilizando términos de tenor comparativo, a otra frase referida a las bondades
de este mundo: “Este mundo, -dicen, acompañando el pensar de Cándido
y su amigo - es el más perfecto de todos
los mundos que se puedan concebir”. O sea: posibles de concepción, término
emparentado con la palabra “concepto”
(de naturaleza y contenido abstracto).
Pero… Aquí deberíamos prestar mucha atención, teniendo en cuenta, sin
olvidarnos, que estamos hablando del mundo; del mundo nuestro; del creado por
Dios. Y que haciendo alusión a la existencia de otros mundos posibles de
concepción, tanto el autor referido, por medio de sus personajes optimistas,
como su traductor y su prologuista, coinciden en la conclusión al afirmar que este
mundo es el mejor de los mundos posibles
o, dicho de otra forma, el más perfecto
de todos los que se puedan concebir.
Esto que parece una afirmación tan verídica, no lo
es. Y merece una explicación por cuanto no todos los hombres
le reconocen bondades a este mundo y menos, la perfección.
Sin embargo, prestándole a este asunto la
atención, requerida arriba, podríamos afirmar que DIOS eligió uno y con ese se quedó
otorgándole concreción. Dicho de otro modo Dios concibió lo que haya
concebido, eligió y creó la Naturaleza, toda.
Eso así, suponiendo que Dios, de lo concebido por
Él, eligió lo que consideró, a sabiendas, lo mejor. Y así lo hizo, porque
Dios también sabía que lo mejor se
conforma realizándose a partir de un devenir de hechos; y que los hechos se van concretando en porciones continuas
dentro de las cuales toman parte el espacio
y el tiempo, pero que, éstos y todos
los hechos, suceden a partir de comenzada la acción que es movimiento, ya que
la Naturaleza, que fue estática en su estadio inicial, transformó su estatismo
cuando Dios, su creador, quiso que se transformara en móvil, produciendo la
acción continuada, de manera equilibrada,
como consecuencia de su energía dominante, y de la puesta en marcha de su
Poder Completo u Omnímodo. Y aunque el hombre, está comprobado, apareció sobre
la tierra luego, fue el mismo Dios el
que consideró, para sí, que todo eso que estaba ocurriendo, en una etapa previa a la aparición del hombre, andaba bien porque era bueno (ni
mejor, ni peor, ni perfecto). Y estaba bien, sin lugar a dudas. Todo le fue
pareciendo bueno a Dios, porque la Naturaleza, a esa altura, mientras
desarrollaba ese capítulo, ya se encontraba generando sus intrínsecas energías
para que sus propias leyes se cumplieran, eternamente, de manera inexorable.
Ahora bien, habiendo Voltaire (hombre) concebido
varios mundos posibles, según la formulación pergeñada por algunos de los
personajes existentes dentro de las páginas de la obra citada, podríamos
agregar, aquí, que éste, el mundo habitado por nosotros; el concretado,
definitivamente, por Dios, luego de haber concebido o no, varios, justamente por haber sido concretado por Dios,
es perfecto, como lo es Él.
Pero, este mundo, el que desde el inicio de los
tiempos comenzó a funcionar, sin lugar a dudas por el agregado, evidente, de la
acción efectuado por Dios, dentro de la Naturaleza (por Él y en Ella), culminó su periplo
creacional de perfección previa, cuando entrando el ser humano en ella,
perfecto, en cuando a lo concerniente a su propia naturaleza inicial, comenzó
su accionar, haciendo uso de su libre albedrío; o, dicho de otro modo: libre
albedrío, en medio.
Es allí, entonces, en ese instante inicial de la
entrada del hombre a ese espacio jamás ocupado por ser humano alguno, donde y
cuando la acción consecuente del hombre, (no del todo correcta) dentro de la
Naturaleza (perfecta en su equilibrio y en sí misma) demostró, haciéndonos
comprender, al mismo tiempo, que, antes de esa entrada, a Dios, no
interesándole las comparaciones, tampoco se preocupó, dentro de esa porción de
historia, de tomar como concepto o prototipo ideológico lo que el hombre,
pasados los años, pudo reconocer accediendo al significado de las palabras mejor o peor;
correcto o incorrecto; verdadero o falso.
Esas palabras surgieron y comenzaron a tomar relevancia cuando el
hombre, iniciando su trayectoria vital comenzó a hacerse sentir actuando. Y sus
actos con el paso del tiempo, fueron demostrando que no eran del todo correctos, a juzgar por los efectos. Los errores
que dieron como resultado perjuicios, según el parecer de muchos, superaron,
con creces, los aciertos, generadores de beneficios, satisfacción y alegría.
Pero a la explicación de la necesaria generación de las palabras referidas: mejor; peor;
correcto; incorrecto; verdadero y falso, recién se llega, al detectarse, la entrada del prójimo
a la vida de todo hombre. Prójimo, recibido como amigable, en su inicio y aceptado
luego no sólo como neutral espejo, sino, además, como factor provocador y constituyente
de los resortes generadores de caracteres, los que, a su vez, dieron, dan y
seguirán dando paso a actitudes trascendentes de efectos transitivos o
intercambiables, o, simplemente intrascendentes. La aparición de ese prójimo
fue lo que le permitió, a ese ser humano, aislado y solitario, inquietarse por
variadas cuestiones. Porque, en ese preciso punto de ubicación (lugar), del
coincidente preciso instante (tiempo), concerniente a ese primer encuentro (y los
sucesivos que habrían de seguirle, en
adelante, concretados por la humanidad, hasta nuestros días) se le otorgó, al
hombre, indistintamente uno u otro, (el llamado prójimo) la oportunidad de
detectar el génesis preparatorio
del nacimiento o, simplemente, de la entrada a su cuerpo del numen vigoroso de
su propia alma. Y, así, (desde ese punto: tiempo y lugar de encuentro) acceder
a la posibilidad de elaborar en su interior pero de manera inconsciente, la primigenia
sensación, que daría lugar al sentimiento también primigenio, concebido
abstractamente (sin modificación material o corporal) para, luego, manifestarlo
de manera interactiva. Todo eso, a partir de la trascendente aparición enfrentada
o de la entrada al conocimiento de alguien,
de la cercana existencia de un otro.
Es que el ser humano sólo se completa, en cuerpo y alma, dentro de la Naturaleza,
lugar donde desarrolla su hábitat, con la figura del prójimo, otro ser humano
igual en dignidad y grandeza. Sin él se mantendría alejado, completamente, de
la humana, racional y lógica valoración
por comparación, que es la importante;
esa facultad que exige la existencia de dos factores, los cuales y a su
vez, exigen el análisis interrelacionado para que trasciendan los sentimientos, pasiones y actitudes, de ser
humano, a ser humano y de éstos a los demás. Cosa que ocurrió, desde el inicio
de los tiempos; dentro de los cuales los
prójimos se fueron multiplicando.
Relación de
ideas. Comparación: Una cosa es: Dios disponiendo, solo, de la Naturaleza, ya
creada, movilizándola a su antojo, como consecuencia del uso de la fuerza de su
poder, de hacer y deshacer; otra cosa es: un hombre, solo en el mundo,
valorando la belleza de una rosa o comparando dos rosas, respecto de la
magnitud de sus fragantes esencias temporales y otra, muy distinta a las
anteriores: Un ser humano frente a otro
ser humano expresándose para valorar, cada uno según su criterio, esas rosas y
también las acciones de ambos entre sí o de cada uno de ellos respecto a lo
vivido, en relación con el todo (incluidas en ese todo las rosas) y/o con la
intromisión de ciertas circunstancias, parciales. Valoración, ésta, la referida
en tercer término, generada natural, espontanea o inducida, a veces. Fruto de temperamentos
dispares o similares y/o caracteres y circunstancias existenciales parecidas o
diversas.
Es en ese estado, el correspondiente al accionar
humano, donde afloran las virtudes del alma o sus vicios. Virtudes y vicios
generadores de armonía, alegría, felicidad o discusiones, reyertas y guerras, tristezas
e infelicidad… dentro de las cuales las pasiones hacen su aparición, para
aportar a protagonistas o simples espectadores, testigos o mártires iniciadores
de la cofradía de los suplicantes, motivos
suficientes de valoración para llegar a ciertas conclusiones, las que a su vez
serán valorados por los circunstanciales analizadores de todos los tiempos.
El prójimo, por constituirse en referente, al dar
sentido a la vida del hombre, le permite, a éste, comparándolo en su accionar, afirmarse
en sí mismo; en su individualidad, dando
nacimiento a lo que el mundo entero llama personalidad (el ser persona humana; ser
solo propio del hombre).
Un animal, en ciertas circunstancias, puede llegar
a constituirse en seudo Prójimo.
Amanda Patarca.
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