viernes, 4 de abril de 2014

EL LIBRO Y LA HORA DIGITAL

El libro -algo concreto- preservó, preserva y preservará, seguramente en el futuro, como lo hizo hasta ahora, la longevidad o persistencia de lo escrito, manteniendo custodiado, a través del tiempo, su contenido, el que se corresponde con todo lo real, ideal o ficcionalmente vivido. Con él ha conseguido el hombre -pensador anhelante y creador prolífero- desplazar hacia delante, es decir hacia el futuro, la línea ilusoria del horizonte temporal, trazada por su propia alma, relacionando, así, funcionalmente, el efímero “ahora” con el más allá de la duración de la vida. La era digital, dentro de la cual los seres humanos nos encontramos inmersos hoy, fue la encargada, mediante su aporte tecnológico, todavía incomprensible para muchos, de transformar en inmaterial o abstracta esa “bíblica” custodia, hasta hace poco de foliatura vegetal.
Aquí debemos detenernos para reconocer que el hombre, valiéndose de la tecnología, escribe y publica en soportes varios y lo está haciendo con inmejorables intenciones. Una buena parte del conocimiento obtenido, se encuentra, hoy, suspendido en la “dimensión virtualidad”, difuminado, desintegrado, atomizado con forma de nube o niebla de rocío o polvo de cristales minúsculos. En la “nube”, es decir en las alturas. Y así parece, (ya que así nos lo imaginamos todos) por cuanto es allí, en lo alto, donde los humanos ubicamos todo lo que se nos presenta como misterioso. Nube, ésta, a la que concebimos deslizándose lentamente y en expansión, envolviéndonos de a ratos.
Pues bien, de ella debemos decir varias cosas: 1º) No sólo que se mantiene, en ese sitio conformando “la nube” concebida por nuestra imaginación, sino, también, 2º) Que, de manera excelente, se encuentra sostenida por “lo tecnológico”, en algún disco rígido gigantesco el cual, funcionando de la manera en que lo hacen las neuronas y otras partes del cerebro humano, al sobrevenir las ganas de saber algo o conocer algo o volver a insistir en antiguos saberes, conocimientos o informes “almacenados” allí, con sólo llegar a activar, de manera correcta, cierto mecanismo, esa sola acción nos permite tomar parte, del ritual mediante el cual se consigue, como por arte de magia, que el acceso, o el retorno deseado respecto de todo cuanto concierne a ese universo, ya sea estableciéndose o reestableciéndose, se cumpla. Y se cumple (somos todos testigos de esa verdad) cuando se produce el reencuentro, de la idea expresada por medio de una frase enviada en su momento a “la nube”, con algo relativamente consistente, concreto y hasta comprobadamente firme, ubicado en la dimensión “real”, como lo es “la pantalla”, en medio de la cual encontramos escrita plasmáticamente (es decir sobre agua) esa idea, luego del requerimiento provocado, las tantas veces que hacerlo fue considerado necesario. Idea, ésta, expresada, previamente, en la frase enviada a la dimensión virtual y de la cual sólo sabemos que fue depositada allí para quedar apresada con su forma delineada ya perdida, movida, borroneada, de palabra no expresada, ni emitida, ni escrita, siquiera. Pero mantenida, allí, en suspenso, en tren de espera, jugando su pasivo rol, sin posibilidad de huída.
Diremos por último 3º) Que esa pantalla, (la generadora y receptora) siempre actúa, de manera natural, en su calidad de “intermediaria”, entre la idea, en estado de preservación y absolutamente cargada de represión (represión al sólo efecto de permanecer obligatoriamente escondida por el tiempo que dure su latente espera), y el papel u otro soporte a crearse en el futuro (impensado, todavía), los cuales habrán de servir, cuando la impresión se concrete, para testimoniar, de manera “real” y “fehaciente”, sobre la persistencia de la existencia de las ideas contenedoras del conocimiento e información, resguardados de ese modo, en la dimensión virtual.
Conocimiento e información que permiten al ser humano ir acercándose paulatinamente a la Verdad. Verdad siempre relativa, considerada por Nietszche como “metáfora conceptual de la realidad” (en constante acercamiento).

Cuando del “saber” se trata, todos anhelamos, respecto de él, un buen resguardo; una sobrevivencia, del mismo, “efectiva”. Palabra, esta última, proveniente de la idea de “acción efectora” o dicho de otro modo: “Acción concreta: la que cobra efecto. Acción contundentemente real, por “efectivizarse” sobre base sólida.
Entonces y por todo lo expresado, sólo nos resta decir, al respecto, lo que ya todos sabemos: 1º Que el ser humano común, práctico conocedor del manejo de la tecnología, carece del grado de conocimiento suficiente, necesario para comprender, en profundidad, las verdaderas claves de las fórmulas cuyo dominio posibilita el control funcional de lo depositado en “la nube”. Y 2º Que actualmente los ingenieros, técnicos electrónicos del mundo entero; investigadores especializados, todos, de modo conveniente, en este asunto, son, quienes se encuentran capacitados, precisamente, para expresar la última palabra y actuar en consecuencia, respecto de los casos que este tema genere. Y que, de entre ellos, son, en realidad, muy pocos los que tienen acceso al ejercicio de ese tipo de control franco. El ansiado. El que garantice de aquí en más el cumplimiento de la hoy declarada sagrada consigna: La de mantener con vida eterna esa información compleja acumulada y ese grado superlativo de conocimiento adquirido, al que, los humanos, hemos arribado. A ellos y sólo a ellos, les solicitamos, puntualmente, que consideren la posibilidad de que ese resguardo resulte rigurosamente efectivo, especialmente cuando la humanidad se encuentre inmersa en algún momento de los llamados “críticos” (Por lo peligrosos). Momentos en los que el papel, por ejemplo, o cualquier otro tipo de soporte, de preservación real y lógico, por causas diferentes, dejen de requerirse.
Amanda Patarca