miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL HUMO

El HUMO

En aquella ‚época, anterior al fuego, todo era sol y luz o penumbra de lluvia y niebla durante el día y espesas sombras funerales bajo la inmensa bóveda del cielo durante la noche. Sombras que, al girar amenazantes envolviendo con su manto cuanto abarcaban, imponían, sin remedio, la más aterradora oscuridad. Para los hombres, coincidentemente, todo era allí presencia pura y transmisión oral.
Alguien, un demonio quizá  o acaso un ángel, tentando un fuego al que imaginó cálido y capaz de iluminarlo todo, logró quemar sus propios cabellos a los que envolvió, apretándolos en forma de cilindros, en hojas secas de alcanfor. Ello así, para que no perdieran su genuina fragancia.
Ocurrió, entonces, que el ardor sabroso, percibido al aspirar esa extraña cosa apenas encendida, duró lo que el humo.  Sin embargo, el efímero placer del fumar otorgado por el pequeño fuego -adquisición previa a la epopeya del dominio total de aquel otro fuego, el formidable- permitió a sus
gestadores, así dijeron, el logro de una gran satisfacción en miniatura.
Minutos más tarde. Sólo unos pocos, aquel fuego intrascendente, ahogado entre sollozos y sin fuerza, trepando por un hilo, presagio negro de su propia suerte, se fue apagando. Y así sucede siempre... desde ‚poca inmemorial, los fumadores lo saben bien.
El fuego afortunado, el verdadero, el que toma parte de la "feliz
coincidencia", el que abrasa creando renovadas trascendencia, no consiguió aparecer sino más tarde. Después de que a algunos hombres se les ocurriera convocar a gritos, proferidos con toda el alma, a "la verdad". Verdad que a aquellos hombres les estaba haciendo falta, en paralelo con la luz. De allí el reclamo doble, iniciado con un solo grito determinante y establecedor de la meta a la cual deseaban arribar. Grito proseguido con la ininterrumpida
repetición de esa palabra "verdad", vocalizada y multiplicada en infinidad de tentativas concretadas en pos de su logro. Todo, para que con la persistente energía producida a partir de ese grito intencional –así dijeron y al fin lo consiguieron- las tenebrosas sombras que generaban miedo a todos, llegaran a neutralizarse.
Tanto al convocador inicial como a los demás que le siguieron, no les fue nunca posible encontrarse con "la verdad absoluta" cara a cara. Debido a eso, ellos intuían no sólo su "relatividad", en función de las precarias circunstancia del comienzo, sino también su "progresividad" en la manera de manifestarse al hombre. Hoy, sin que a la especie humana la movilice duda alguna al respecto y habiendo tomado conciencia de la existencia de sendos atributos, asegura testimoniando, lo que el tiempo en su correr le permitiera corroborar: Que la verdad, actuando en un todo de acuerdo con la teoría de la evolución, cuyo fundamento se concretó mucho después, fue manifestándose gradualmente a aquellos que, con energía, la convocaban. Y la verdad fue manifestándose en etapas, cuyos segmentos denominados "capítulos", para una mejor comprensión, dosificados en la medida que consiguieran completarse, facilitaban la toma de posesión de "esa verdad convocada", disminuyendo la distancia existente hacia la misma, acrecentando "el saber" llamado también "conocimiento".
Fue así como el pequeño fulgor de ese fuego generado para crecer
resplandeciendo desde la nada se fue transformando en luz disipadora de tinieblas, proveedoras, estas ultimas, a su vez, de terrores y ansiedades.
Ambos, manipuladores intrigantes de sensaciones, sentimientos y pensamientos, los cuales siempre giran alrededor de las dos perpétuas y antagónicas situaciones. Las que, desde el origen de los tiempos y comprobadamente, generan en todo ser humano inteligente muchísima impaciencia. El sabe que la felicidad de hoy, indefectiblemente se encuentra condenada a trocarse, tarde o temprano, en infelicidad. También sabe -porque la experiencia también se lo demostró- que la infelicidad de hoy, por suerte, se encuentra, también, empujada a trocarse en felicidad.
Ambas posibilidades, respecto de cuyo cumplimiento consecutivo la ley de estadística al presentarlas convence, inquietan al hombre tornándolo ansioso. Pero sucede, entonces, que, al llegar a este punto, esa constante atención, unida a los conocimientos gradualmente dosificados en capítulos, aprendidos en un primer momento por transmisión oral y más tarde por transmisión escrita, gracias a la feliz creación de la imprenta consigue, despejando incógnitas, calmar a cuanto espíritu clame por aquietar su inquietud. Inquietud atribuida hoy, en gran medida, al grado superlativo de ignorancia acumulada -léase oscuridad-. Aquí, ya en esta instancia, no debemos olvidar que con la imprenta se logró facilitar enormemente la trascendencia de su perpetuación a través de los tiempos. Y eso, sólo con la simple presencia de la página escrita, es decir: sin la necesidad de contar con la del emisor del mensaje/consigna/enseñanza.  Por esta simple razón es que ya no existen dudas al respecto: ese fuego trascendente -llamado así por cuanto desde su interior emana potentes efluvios  de llamas generadoras de luz esclarecedora- torna posible el conocimiento de
todo cuanto al hombre se le ocurra aprender investigando, experimentando.
En fin, estudiando, en primer término, los antecedentes orales o escritos llegados hasta él, respecto del caso, asunto u objeto colocado en la mira para su análisis, para poder luego proseguir la tarea expresando, el consecuente al cual se ha accedido. Consecuente que, de considerarse necesario, ser  recogido en un texto con el cual conseguir  ser proyectado hacia la posteridad.
El texto de la leyenda del fuego exaltador de la lectura gozosa, a la que se le atribuyó el análisis precedente, obrante en un rollo de papiro encontrado dentro de un cofre cerrado, desenterrado bajo uno de los  árboles del Monte de los Olivos, lugar en donde predicó Jesús, probablemente fue el siguiente: "Había una vez un fuego fatuo dentro de un cigarro alcanforado al que correspondía una pequeña llama de luz intrascendente". Fuego y llama fueron transformándose entre los dedos del fumador hasta convertirse, en
muy corto tiempo, en un hilo negro de humo, elevándose desde un montículo insignificante de cenizas ya despojadas de toda energía.
Sobrevino, luego, otro fuego: El feliz fuego verdadero, llamado fuego afortunado en razón de su trascendencia". El cual a partir de su inicial resplandor mantuvo viva la portentosa y clara llama otorgadora de la luz que hace posible, a los hombres, acceder al conocimiento gradual.

Conocimiento que, sistemáticamente dosificado, es entregado a éstos en capítulos progresivos con cuya fragmentada fórmula de lenta asimilación consiguen el delicioso goce -éxtasis interior- que proporciona la ascensión al aprendizaje, segmento inicial del magno emprendimiento que constituye el extenso viaje hacia la sabiduría".

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