miércoles, 17 de febrero de 2016

EL HILO







Con su pensamiento Violeta envolvía pesadillas sin darse cuenta. Todo en ella en el plano subconsciente funcionaba en forma automática. Y como cada ser amolda su conciencia a su existir, Violeta transitaba por la vida recubriendo con su propia baba, dulce y suave, a aquellas pequeñas partículas convertidas en acero oxidado, de forma irregular y bordes punzantes, situación a la que quedó reducido parte de su tejido interior.
Al sólo influjo del menor movimiento de su cuerpo, que aportara a su espíritu una leve duda respecto a la aproximación de algún amargo dolor temido, Violeta segregaba baba en lugar de adrenalina y envolviendo con ella al absurdo estímulo, el que la hiciera padecer en un principio hasta sangrar, reaccionando como hacen las ostras al ser agredidas por un minúsculo grano de arena osado, neutralizaba instintivamente el dolor provocado.
No es el momento de recapitular, se dijo, pero como el tiempo fluye y con él las ideas no sólo nacen y mueren, sino que además se deforman, se combinan, se separan, se olvidan, se tergiversan o resucitan iguales o cambiadas, comenzó a intercambiar ideas con su madre, muy distante de ella, y sin querer se sintió en aquella piel, la que ya en aquel entonces guardaba el mismo secreto que ella se encargaba cuidadosamente de ocultar a cada instante; las bolillas de acero oxidado de forma irregular y bordes puntiagudos que ahora ella poseía en su interior. Y es muy natural que aquello sucediera. Es tan natural como que Violeta recién hoy se diera cuenta de que aquello sucedió en forma idéntica. Ni ayer ni mañana, hoy, día en que acaba de ser retirado el último ladrillo de la casa demolida justo enfrente de su ventana. Hoy, que vio cómo la última porción de cielo entraba por el último resquicio abandonado por la casa, permitiéndole llegar sin sobresaltos hasta su propio horizonte nítido y fiel. Hoy, terminación de la poda total realizada en función de la intensidad de la luz de cada patio y cada corazón.
Dirigió de inmediato su pensamiento a aquella gran casa, la que cobijó su primera pesadilla, terminada abruptamente en aquel despertar de almíbar pernicioso llamado primer amor. Las manos de él la recorrían tan suaves, calientes y precisas como entonces... Morir con cada sueño nocturno y renacer amordazada entre susurros expectantes, mientras la piel caliente, exhalando el mismo perfume que el patio, transmite mensajes que acepta complacido un solo receptor. Locura junto al abismo que invita al vuelo. Ballet sobre navajas gigantescas afiladas a la española. Toro bravo que invita y desafía. ¿Es esto el amor? ¿Será...? Y siguió preguntándoselo cuando sola, después de esa partida inexplicable quedó entre nubarrones, visiones amargadas, borrones, lágrimas responsables y pilas de dignidad.
Dignidad, más dignidad, más dignidad, es igual a evitar la soledad, evitar la soledad, evitar la soledad.
-Mujer de un solo hombre, hija. Yo lo he sido. Mírame. A la cara. Mírame. Mujer de un solo hombre. No lo olvides.
¿Qué culpa tiene un otro? ¿Qué culpa tiene un otro que venga. ¿Qué culpa tiene que tener? ¿Enamorarse es morir?
-El tiempo cicatriza, hija. Mírame. Quizá llegue alguna vez el día en que entiendas lo que expresan las miradas. La mía, como ves, es siempre triste. Tu padre no entendió. Nada. Nunca.
La cama desespera, aumenta los pesares, apacigua al sediento, repara algunos males, hace pasar el tiempo, tranquiliza los ánimos, pervierte al redimido, santifica al profano que postra su osamenta aceptando reclamos del Dios de las alturas, sin embargo.

Violeta entró en su cama sabiéndose casada. Se sintió tan distante de su primer amante que lo tuvo presente, con triunfal regocijo hasta hoy. Esposa de un solo hombre y extraída dignamente del comercio cotidiano de las caricias lascivas, de las languideces expectantes, de las amarguras de los infortunios amorosos o de la ternura nacida entre fuertes brazos, mientras sobreviene el placer total buscado, programado, anhelado y recíproco.

Amor todos los días. Todos los días, se dijo, quizá hasta que me canse. Todos los días... ¿por qué todos los días? ¿Y si guardamos un poco? Yo querría guardar para mañana. Guardá para mañana. ¡Por favor! ¡Amor todos los días no!
Amor todos los meses. Amor todos los meses. Amor todos los meses. ¿Y si jugamos un poco? ¿Te acordás? No hace mucho tiempo. Ella reía y él se apaciguaba.
Al principio la luna salía muy temprano. Jamás tuvo Violeta que esperarla. Más tarde notó imperceptiblemente el paso de sus días. Ahora... los ojos. Esos ojos nuevamente. Se acuerda de esos ojos. Las manos, esas manos... Se acuerda de esas manos. Quiere encontrar la excusa. Quiere entender su huida y su regreso, cuando volvió y ella ya casada, mujer de un solo hombre, no quiso, no pudo o temió recibir explicaciones. Quiere olvidar las lágrimas y todo el desencanto que tuvo que enterrar cuando muriera tras su partida, para vivir sola y en secreto la melancolía del amor único y primero, recreado. Se sienta en aquel banco, arregla su vestido, retoca su peinado. Espera el colectivo resignadamente, escuchando latir su corazón al verlo aparecer. Ya baja.. Está a su lado. Rodea sus mejillas con las manos. La besa dulcemente. Se alejan. La bruma los devora. La cita durará más de dos horas.

Amor cada tres meses... amor cada seis meses... Un amor cada año.
¿Un amor cada año? ¿Qué diablo se encuentra en este infierno? ¿Un amor cada año?
¿Un acto de amor querrá decir...? Un sólo acto.
Violeta se siente como viuda. Los ojos se le ahuecan. Quiere reír pero se siente vieja. Quiere jugar pero no dice cuando. Perdió la intrepidez. Cuando duerme tiene los pies helados. Nadie se los calienta.
Mujer de un solo hombre, sacada con engaños de fidelidad forzosa, del comercio cotidiano de las miradas lascivas, del conocerse rozando, del decir con picardía, del pensar interesado. Rastrea entre sus sueños. Recuerda sensaciones. ¿Ser fiel a un desengaño? ¿Por qué no?
Reniega del presente. Del amor cada año.
Sentada entre las sábanas acomoda almohadones dirigiendo su mirada a la ventana. El horizonte, partiendo su panorama en dos, presagia su futuro. El horizonte no es más que un hilo tendido. Tensamente tendido. Violeta hace un esfuerzo y se incorpora, tendiente...





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