viernes, 7 de octubre de 2016

Ensayo: El prójimo. VOLTAIRE, el Cándido y la idea acerca del mundo que habitamos.


“Por haber sido creado por Dios, este es el mejor mundo posible”. Esta frase  sintetiza la conclusión a la que llegaron Cándido, el protagonista, y su amigo, el filósofo Panglóss, dos personajes de Voltaire, que viven en las páginas de su libro: “Cándido (o el optimismo)”. Frases absolutamente opuestas a la que arribaran muchos de los otros personajes del mismo libro, sobre el cual Voltaire se encargó de depositar buena parte de su ironía y hasta de su sarcasmo.
El traductor,  de ese libro (Ediciones Negro Siglo S.A. 1994), el Dr. Ralph, y Amparo Azcona, la prologuista del mismo, llegan, por vía interpretativa, también utilizando términos de tenor comparativo, a otra frase referida a las bondades de este mundo: “Este mundo,  -dicen, acompañando el pensar de Cándido y su amigo - es el más perfecto de todos los mundos que se puedan concebir”. O sea: posibles de concepción, término emparentado con la palabra “concepto” (de naturaleza  y contenido abstracto). Pero… Aquí deberíamos prestar mucha atención, teniendo en cuenta, sin olvidarnos, que estamos hablando del mundo; del mundo nuestro; del creado por Dios. Y que haciendo alusión a la existencia de otros mundos posibles de concepción, tanto el autor referido, por medio de sus personajes optimistas, como su traductor y su prologuista, coinciden en la conclusión al afirmar que este mundo  es el mejor de los mundos posibles o, dicho de otra forma, el más perfecto de todos los que se puedan concebir.
Esto que parece una afirmación tan verídica, no lo es. Y merece una explicación por cuanto no todos  los hombres  le reconocen  bondades  a este mundo y menos, la perfección.
Sin embargo, prestándole a este asunto la atención, requerida arriba, podríamos afirmar que  DIOS eligió uno y con ese se quedó otorgándole concreción. Dicho de otro modo Dios concibió lo que haya concebido, eligió y creó la Naturaleza, toda.
Eso así, suponiendo que Dios, de lo concebido por Él, eligió lo que consideró, a sabiendas, lo mejor. Y así lo hizo, porque  Dios también sabía que lo mejor se conforma realizándose a partir de un devenir de hechos; y que los hechos se van concretando en porciones continuas dentro de las cuales toman parte el espacio y el tiempo, pero que, éstos y todos los hechos, suceden a partir de comenzada la acción que es movimiento, ya que la Naturaleza, que fue estática en su estadio inicial, transformó su estatismo cuando Dios, su creador, quiso que se transformara en móvil, produciendo la acción continuada, de manera equilibrada,  como consecuencia  de su energía  dominante, y de la puesta en marcha de su Poder Completo u Omnímodo. Y aunque el hombre, está comprobado, apareció sobre la tierra luego,  fue el mismo Dios el que consideró, para sí, que todo eso que estaba ocurriendo, en una etapa previa a la aparición del hombre, andaba bien porque era bueno (ni mejor, ni peor, ni perfecto). Y estaba bien, sin lugar a dudas. Todo le fue pareciendo bueno a Dios, porque la Naturaleza, a esa altura, mientras desarrollaba ese capítulo, ya se encontraba generando sus intrínsecas energías para que sus propias leyes se cumplieran, eternamente, de manera inexorable.


Ahora bien, habiendo Voltaire (hombre) concebido varios mundos posibles, según la formulación pergeñada por algunos de los personajes existentes dentro de las páginas de la obra citada, podríamos agregar, aquí, que éste, el mundo habitado por nosotros; el concretado, definitivamente, por Dios, luego de haber concebido o no, varios,  justamente por haber sido concretado por Dios, es perfecto, como lo es Él.
Pero, este mundo, el que desde el inicio de los tiempos comenzó a funcionar, sin lugar a dudas por el agregado, evidente, de la acción efectuado por Dios, dentro de la Naturaleza  (por Él y en Ella), culminó su periplo creacional de perfección previa, cuando entrando el ser humano en ella, perfecto, en cuando a lo concerniente a su propia naturaleza inicial, comenzó su accionar, haciendo uso de su libre albedrío; o, dicho de otro modo: libre albedrío, en medio.  

Es allí, entonces, en ese instante inicial de la entrada del hombre a ese espacio jamás ocupado por ser humano alguno, donde y cuando la acción consecuente del hombre, (no del todo correcta) dentro de la Naturaleza (perfecta en su equilibrio y en sí misma) demostró, haciéndonos comprender, al mismo tiempo, que, antes de esa entrada, a Dios, no interesándole las comparaciones, tampoco se preocupó, dentro de esa porción de historia, de tomar como concepto o prototipo ideológico lo que el hombre, pasados los años, pudo reconocer accediendo al significado de las palabras mejor o peor; correcto o incorrecto; verdadero o falso.
Esas palabras surgieron  y comenzaron a tomar relevancia cuando el hombre, iniciando su trayectoria vital comenzó a hacerse sentir actuando. Y sus actos con el paso del tiempo, fueron demostrando que no eran del todo correctos, a juzgar por los efectos. Los errores que dieron como resultado perjuicios, según el parecer de muchos, superaron, con creces, los aciertos, generadores de beneficios, satisfacción y alegría. Pero a la explicación de la necesaria generación de las palabras referidas: mejor; peor; correcto; incorrecto; verdadero y falso, recién se llega, al detectarse, la entrada del prójimo a la vida de todo hombre. Prójimo, recibido como amigable, en su inicio y aceptado luego no sólo como neutral espejo, sino, además, como factor provocador y constituyente de los resortes generadores de caracteres, los que, a su vez, dieron, dan y seguirán dando paso a actitudes trascendentes de efectos transitivos o intercambiables, o, simplemente intrascendentes. La aparición de ese prójimo fue lo que le permitió, a ese ser humano, aislado y solitario, inquietarse por variadas cuestiones. Porque, en ese preciso punto de ubicación (lugar), del coincidente preciso instante (tiempo), concerniente a ese primer encuentro (y los sucesivos  que habrían de seguirle, en adelante, concretados por la humanidad, hasta nuestros días) se le otorgó, al hombre, indistintamente uno u otro, (el llamado prójimo) la oportunidad  de  detectar  el génesis preparatorio del nacimiento o, simplemente, de la entrada a su cuerpo del numen vigoroso de su propia alma. Y, así, (desde ese punto: tiempo y lugar de encuentro) acceder a la posibilidad de elaborar en su interior pero de manera inconsciente, la primigenia sensación, que daría lugar al sentimiento también primigenio, concebido abstractamente (sin modificación material o corporal) para, luego, manifestarlo de manera interactiva. Todo eso, a partir de la trascendente aparición enfrentada o de la entrada al conocimiento  de alguien, de la cercana existencia de un otro.
Es que el ser humano sólo se completa,  en cuerpo y alma, dentro de la Naturaleza, lugar donde desarrolla su hábitat, con la figura del prójimo, otro ser humano igual en dignidad y grandeza. Sin él se mantendría alejado, completamente, de la humana, racional y lógica valoración por comparación, que es la importante;  esa facultad que exige la existencia de dos factores, los cuales y a su vez, exigen el análisis interrelacionado para que trasciendan  los sentimientos, pasiones y actitudes, de ser humano, a ser humano y de éstos a los demás. Cosa que ocurrió, desde el inicio de los tiempos; dentro de los cuales  los prójimos se fueron multiplicando.

Relación de ideas. Comparación: Una cosa es: Dios disponiendo, solo, de la Naturaleza, ya creada, movilizándola a su antojo, como consecuencia del uso de la fuerza de su poder, de hacer y deshacer; otra cosa es: un hombre, solo en el mundo, valorando la belleza de una rosa o comparando dos rosas, respecto de la magnitud de sus fragantes esencias temporales y otra, muy distinta a las anteriores:  Un ser humano frente a otro ser humano expresándose para valorar, cada uno según su criterio, esas rosas y también las acciones de ambos entre sí o de cada uno de ellos respecto a lo vivido, en relación con el todo (incluidas en ese todo las rosas) y/o con la intromisión de ciertas circunstancias, parciales. Valoración, ésta, la referida en tercer término, generada natural, espontanea o  inducida, a veces. Fruto de temperamentos dispares o similares y/o caracteres y circunstancias existenciales parecidas o diversas.
Es en ese estado, el correspondiente al accionar humano, donde afloran las virtudes del alma o sus vicios. Virtudes y vicios generadores de armonía, alegría, felicidad o discusiones, reyertas y guerras, tristezas e infelicidad… dentro de las cuales las pasiones hacen su aparición, para aportar a protagonistas o simples espectadores, testigos o mártires iniciadores de la cofradía de los suplicantes,  motivos suficientes de valoración para llegar a ciertas conclusiones, las que a su vez serán valorados por los circunstanciales analizadores de todos los tiempos.
El prójimo, por constituirse en referente, al dar sentido a la vida del hombre, le permite, a éste, comparándolo en su accionar, afirmarse en sí mismo; en su individualidad,  dando nacimiento a lo que el mundo entero llama personalidad (el ser persona humana; ser solo propio del hombre).

Un animal, en ciertas circunstancias, puede llegar a constituirse en seudo Prójimo.


                                                                                                              Amanda Patarca.

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