jueves, 6 de octubre de 2016

SANTA TERESA DE ÁVILA Y LA LUZ DE SUS TEXTOS LITERARIOS, PROVENIENTE DESDE EL FONDO DE LA NOCHE MEDIEVAL. Autora: Amanda Patarca.

Misteriosa y aunque a veces extrañamente oscura, hoy, a través de los quinientos un año  pasados desde su nacimiento ocurrido el 28 de marzo de 1515, la percibimos inundada de luz proveniente del fondo de la noche medieval inquisidora. Hablaremos de ella, de Teresa, de “Santa Teresa de Jesús de Ávila”. La que dejó como legado ejemplificador la completa y acabada fórmula para conseguir el entendimiento y la comprensión de la cuestionada contradicción cuerpo/alma en su síntesis unificadora. Por eso, su belleza indescriptible, hoy idealizada en su abstracción, quedó intacta como para que sus novicias y monjas, amantes de la perfección, de todas las edades y de todos los tiempos pudieran, convencidas, depositar, por siempre y con confianza, sobre su regazo amoroso, sus sensuales representaciones figurativas y más aún, todos sus anhelos, inquietudes, frustraciones, desasosiegos y caídas (algunas abismales, debidas a su juventud). Todo lo aquí referido fue y ciertamente sigue siendo el resultado del atractivo encanto de la vida mística, irresistible y de cumplimiento perpetuo para muchos. 
Teresa fue sumisa respecto de Él su creador, dueño y arquitecto de su destino, no sumisa respecto de los que decían tener poder de interpretarlo, de allí su valentía.
Su vida fue rigurosamente redactada por ella misma para que sus lectores, funcionarios eclesiásticos cercanos de alto rango, hermanas monjas de sus conventos y amigos, gente allegada a ella por distintos motivos, gozaran de esa entrega literaria minuciosa para regocijo de todos ya que sus sensaciones, emociones y éxtasis sorpresivos provocados por Dios al entrar, como Espíritu, en su alma permitían a sus sorprendidos seguidores convencerse de que su misticismo provenía desde su interior, en donde en medio de su alma había instalado Éste su morada, siendo de público y notorio que su existencia y la de todos se desarrollaba de manera asombrosa en medio de los crueles acontecimiento que marcaron su época, la medioeval como la más colmada de terrorífica injusticia.
Fueron muchos los cristianos católicos de Roma que se fueron uniendo a su causa. Y si bien con la literatura mitigaba sus tiempos de duda y zozobra éstos eran motivados por la existencia de sus detractores que fueron muchos pero no los suficientes como para neutralizar su voluntad férrea y su ímpetu avasallador e inquebrantable, puestos al servicio de sus innumerables objetivos.
Cuando el miedo al futuro la paralizaba, su celda le servía de refugio hasta que su orar constante le devolvía la gracia de dialogar con Dios, de manera directa. Por esa causa, luego de sus reclusiones, en las cuales no faltaban ni las flagelaciones ni los sacrificios mortificantes, ante los ojos de todos, retornaba a la vida monacal comunitaria completamente renovada. Sus novicias y monjas, convencidas de lo que veían, escuchaban y leían en las páginas de sus libros, trataban de imitarla en todo cuanto podían. Y eso sucedía siempre, como cosa diaria y natural en los tiempos en que Teresa se disponía a fundar y organizar un Monasterio más dentro de los dieciocho que en España llegó a concretar en sus períodos de clarividencia obsesiva, liberada ya, de la magia arrobadora de sus vivencias anímicas experimentadas dentro de la clausura y oscuridad de su celda. Porque era, precisamente, dentro de ese estado el de arrobamiento cuando Teresa, en su ensoñación, comprobaba la potencialidad de su alma Era allí, en ese momento cuando definía, sin sombra de duda, el grado alcanzado por su creatividad, desde el mismo punto del inicio, para otorgar, luego, desde allí mismo, el impulso preciso a su necesidad de obrar.  
No debemos olvidar el tristemente recordado servicio, prestado a la corona de España por la Santa Inquisición. Institución que desempeñaba, con su red de espionaje, el papel de Policía, ejecutora de sus propias sentencias.
MISTICISMO:
Según mi criterio, sintetizado en la pág. 60 del libro El altar de los acordes en sol mayor, el Misticismo, cuyo significado en el lenguaje corriente nos acerca al vocablo tendencia  o  inclinación, debería explicarse como: Todo aquello que va dirigido a Dios como plegaria, sin ser, exactamente una plegaria; tampoco un rezo y menos una oración. Pero que se asemeja, por lo parecido, a lo que sucede como consecuencia de la existencia de ese hilo delicado y frágil y hasta invisible, a simple vista para el ojo humano. El que, al parecer, es de oro, por lo incorruptible. Hilo que, pendiendo del cielo, nos ata a la vida y por el cual, misteriosamente, y estando rodeado de ciertas circunstancias, podemos trepar. Y cuando lo hacemos, aferrados a él y sin atrevernos a tocar el cielo, sólo nos es posible balbucear sonidos de abismos insondables, para comunicar esa descomunal experiencia indescriptible.
Lo místico tiene que ver con el Alma humana y con el Espíritu de esa Alma que anida dentro de ella, según así lo afirma Santa Teresa y que puede ser ocupado, por el Espíritu Santo de Dios Nuestro Señor, cuando se lo convoca fervientemente y Éste decida hacerlo, presentándose en el centro mismo de esa entidad sublime e intangible y haciéndolo de manera subrepticia y silenciosa. Por esa razón esa palabra no puede ser conceptualizada, ni su experiencia ser relatada con palabras conceptualizadas, sino sólo  explicada, ambas (palabra y experiencia) apelando a ciertos recursos literarios: metáforas, paralelismos, parábolas, alusiones,  circunloquios… creados desde lo material (desde lo concreto), para encontrar en la similitud (no en la exactitud) el entendimiento que nos lleva a la relativa comprensión de la palabra “misticismo” y de su experiencia (el hecho descripto de ese modo).
Con el tiempo y con el aporte de los que cumplen con la necesaria ley de la complementación,  asunto que Reyner María Rilque trata muy bien en toda su vasta obra (en especial: “Historia del buen Dios” y “Cartas a un joven poeta”, hasta los conceptos abstractos van a llegar a comprenderse hasta su límite máximo, a partir del cual rige la línea de la imposibilidad, concepto al que sólo la FE (inexplicable vocablo de raíz religiosa de característica sub y supra-realista), puede llegar a rescatar de su sentido drástico y definitivo y sólo de manera personal.
De lo dicho, surge la problemática, establecida hace más de quinientos años (traslada, hoy, por causa de Santa Teresa a nuestra época) que nos impulsa a ponernos en marcha para conseguir, investigando su literatura (y la de otras tres monjas místicas escritoras de la época medioeval), avalar aplaudiendo como verídicos sus dichos, vertidos en infinidad de textos explicativos, relativos a este fenómeno místico repetido, el que, constantemente, la envolviera en vida. Escritos redactados por ella misma a medida que los iba experimentando, haciéndolo en forma de “Diario personal” o “comentarios/guías de auto-ayuda” o leyes para el logro de un mejor vivir y convivir. Compleja fórmula estructural, elaborada, en primer lugar, para sí, en cumplimiento del voto de obediencia, y para la posteridad como testimonio vivo e indubitable. Y en segundo lugar para poder llegar a convencer seduciendo a sus compañeras discípulas, enroladas en sus Monasterios, de las bondades del vivir en consonancia con el régimen de vida descripto en sus consignas. Enseñanzas que, por quedar escritas, se mantuvieron incólumes como legado.
Por otra parte, en cuanto a Santa Teresa y las místicas medioevales, fundadoras de conventos, que fueron varias, nos vemos compelidos a agregar, porque “nobleza obliga”, que escudriñar con intensidad fecunda en la propia conciencia, en la medida como nuestra Teresa lo hiciera en su momento, describiendo, sin ambages hipócrita tales experiencias, de manera minuciosa, delicada, literaria, y por sobre todo con prudente belleza, para medir, con la vara de la justicia, sus propias concepciones anímicas y sus actos de materialidad manifiesta (fundaciones de Monasterios, por ejemplo), llevados a cabo  voluntariamente (es decir con voluntad intencional), en una época de crisis política profunda imbuida del terror religioso proveniente del Santo Oficio Inquisitorial, abrió las puertas a la nueva literatura, generada por ella desde lo más profundo de su instinto a partir de su voto de obediencia y considerada, desde su intuición profética como extremadamente atractiva: la de basamento o raíz sicológica naturalista, realista o ficcional. Literatura, ésta, en la que más tarde abrevaron los clásicos de la literatura mundial, desde el iluminismo hasta la actualidad. Siglos XVI, XVII, XVIII, XIX, XX y XXI, protagonizados por autores entrañables como lo fueron los clásicos españoles, rusos, checos, franceses, ingleses norteamericanos y contemporáneamente la mayoría de los latinoamericanos.  
EL CANTAR DE LOS CANTARES o EL CANTO SUBLIME.
Inferimos, sin que nos mueva siquiera un resabio de duda, que Teresa, por su condición de monja instruida, ha leído varias veces y hasta analizado este texto del antiguo testamento, atribuido, sin énfasis, a Salomón, aunque muchos aseguran que la incertidumbre respecto al origen del mismo constituyó el motivo por el cual naciera la posibilidad de  pensar que el autor se atribuyó un nombre irreal, como muchos de los que firmaron artículos que toman parte del libro de los profetas, como, por ejemplo, el “de la Sabiduría”, del cual hoy sabemos que fue escrito por distintos sabios de esa época, los cuales, por esa circunstancia, permanecieron sin trascender. Pero ¿Qué es El cantar de los cantares y que representa? ¿De qué siglo data? ¿Pudo haber sido escrito alrededor del siglo III, antes de Cristo? ¿A dónde nos lleva su significación en la investigación de su simbología? ¿Es una metáfora ejemplificadora? ¿Por qué se adueñaron de este libro hermoso los monjes del Medioevo? La misma Biblia latinoamericana actual pretende explicarlo, cuando, en una de sus páginas anticipatorias nos dice que es un poema que se encuentra escrito a la manera como Israel componía verdaderas obras de artes, las que eran ofrecidas a cada uno de los integrantes de los jóvenes matrimonios, con cuyo texto todo el pueblo exaltaban las bondades de las delicias de los actos conyugales corporales, con el firme y secreto propósito de lograr por medio de sus protagonistas la sagrada perpetuación de la especie. Estos poemas contenían descripciones sublimadas (metaforizadas) con las cuales, dándose por segura también la presencia del alma, se da a entender todo lo concerniente al disfrute placentero del gozar, del uno en el otro, indistintamente.
Como obra poética, no debemos esforzarnos por entender, de manera prosaica, el contenido de El Cantar de los Cantares. Debemos, simplemente, dejarnos llevar por el suave envión inicial y el atractivo encanto que el fluir cadencioso de sus estrofas nos ofrecen, para darnos cuenta que al tratar el tema del amor de la manera erótica cómo lo hace y sabiendo sus autores que siempre el amor es experimentado por la pareja con el cuerpo pero con la intervención innegable del alma para llegar, como siempre se pretende, a la sublimación del éxtasis, con el tiempo los estudiosos y eruditos investigadores han llegado a la conclusión no sólo de que se hace necesaria el alma para llegar al cenit sexual, sino que esa interpretación la que pareciera ser terminante, no lo es porque va unida a otra con connotaciones religiosas-sociológicas, de ascendencia netamente judía: la que nos dice que su texto transmite metafóricamente otra significación: nada menos que el amor de Dios por su esposa, la nación de Israel, su elegida, conjuntamente con su ciudad, Jerusalén, integrada, a aquella, de manera indisoluble (de allí la pasión enardecida puesta de relieve por los políticos judíos en su perenne defensa como ciudad exclusivamente propia de Israel). Para llegar a esa conclusión interpretativa, bivalente, respecto de las necesidades del cuerpo y del alma en conjunción para arribar al éxtasis en el acto amoroso (referida tanto respecto de la pareja humana como respecto de la nación israelí, con un único lenguaje, al parecer sólo atribuible al amor carnal), tanto Santa Teresa como el estudioso judío, interpretadores, ambos de alegorías, debieron estar seguros, por propio convencimiento personal, de que sólo era posible trasmitir esos sentimientos, (los resultantes de tantas sensaciones exaltadas, experimentadas por cada uno de ellos y según su propio objeto), cuando, se los describiera utilizando, necesariamente, las únicas palabras del  lenguaje, disponibles. Y las únicas palabras idóneas disponibles para ser usadas, en tales descripciones, eran y siguen siendo en la actualidad, las usadas corrientemente para concretar la descripción del amor humano carnal.
Ahora bien: Atento a que la faz anímica, la que, según las últimas teorías religiosas aportadas por muchos teólogos y filósofos que pretenden dilucidar este tema, sería la encargada de completar el acto amoroso carnal para llegar a su instancia más alta (ubicada en el cenit); y atento a que esta faz, al parecer, carece de palabras apropiadas para trasmitir la intensidad del éxtasis místico, experimentado por Teresa sin mediar la voluntad de Ésta de hacer comparecer en el fenómeno al cuerpo (aunque éste, sin mediar ningún tipo de estimulación, responda). Deberíamos concluir que de allí proviene la extraordinaria similitud descriptiva. Éxtasis al que Santa Teresa explicaba, atribuyéndolo a la inconfundible presencia de Dios, en la figura de Jesús, corporizado en Espíritu, ubicado dentro de su alma, describiendo la experiencia de manera inmejorable en sus obras “Vida” y “Las moradas”. Libros, por medio de los cuales, con las pocas palabras disponibles, categorizaba, Ella, sus sentidos, para conseguir no sólo su propia comprensión, sino, también la de sus futuros lectores. Por esa razón llegó a afirmar que el fenómeno que la llevaba al éxtasis era como algo insuperable en cuanto a gozo; una experiencia cuya culminación la privaba de concebir la posibilidad de parangón.
Es muy posible que a pesar de la persistencia de su virginidad, mantenida incólume durante toda su vida, (no olvidemos que formuló los votos de pobreza, obediencia y castidad y le creemos) haya, Teresa, experimentado en sus extraños e incomprensible éxtasis, los mismos síntomas que el de un orgasmo hormonal, femenino y normal. De todos modos, ese detalle por muchos motivos, hoy, ya no nos interesa.  Aquí tratamos de esclarecer su personalidad como escritora anticipadora de la novela moderna, desestructurada y audaz. Por medio de su estilo literario testimonial preciso, podríamos asegurar que eso, lo del orgasmo hormonal cuerpo-alma se hacía posible por cuanto sus sugestivas palabras llenaban las expectativas, dando lugar a la posibilidad de pensar cualquier cosa, de atenernos a sus descripciones. Pero la interpretación sublimada, no trivial, de “El cantar de los cantares” como metáfora religiosa, en cuanto a los sentimientos y sensaciones de Teresa, la que los católicos con sumo gusto aceptamos y el arribo a la idea de que esos éxtasis fueron descriptos con palabras que describen el amor humano (cuerpo-alma) por cuando aún hoy no existen palabras precisas para describir ese tipo de amor, el amor sólo anímico, el concerniente al amor de Dios Espíritu, transubstanciado (Corporizado en la figura de Jesús), el que actuaba (y, por supuesto, seguiría actuando), ubicado anidado, dentro del continente del alma solamente, (sin posibilidad de desborde alguno) nos lleva a pensar como probable que todas las descripciones del amor verdadero poseen un único lenguaje, sea del tipo que sea. Eso así por cuanto  el cenit amor cuerpo no puede comprenderse sin el cenit amor alma. Y porque, en definitiva, el cenit (lugar de ubicación del éxtasis) se lo describe, terrenalmente, apelando siempre a recursos celestiales.
Aquí, entonces, como final de capítulo, debemos concluir la idea esencial de este ensayo aceptando tres puntos: a) Que no aceptándose más la idea de Dios concebida como Ente Todopoderoso-castigador, sino como todo lo contrario, los católicos, debemos hoy, afirmar, como lo afirmó Teresa hace quinientos años que “Dios es Amor” y “que el amor requiere obras”. b) Que esto es así, por cuanto el amor, portando siempre un lenguaje figurado ambiguo, y entendido, después de interpretar “El cantar de los cantares” de las maneras tales como arriba quedaron dichas, o sea: Amor igual a fusión corporal y anímica o simplemente anímica, con ímpetu místico de por medio, llegamos al punto c) por el cual se entiende  el amor también como Dios, como El protagonista principal, como el otro que amo primero, o sea el amante, deseoso éste de conseguir ubicación dentro del alma, interpretada, esta, como recipiente de contención de Sus dones; lugar donde penetrará en espíritu, una vez ubicado este amor en el cenit, como consecuencia del accionar de la pareja, sea esta humana, por excelencia o constituida por un ser humano y Dios como esposo de un alma. Se comprende así, pensando de esta manera, que la llegada al éxtasis, en el cenit, constituye el efecto deseado por los amantes, relacionado con la única ejercitación terrenal posible, con validez de fenómeno anticipatorio de lo que habrá de ser el uso futuro del espacio y del tiempo infinito, por toda la eternidad.- Amantes, entendidos como corporales/terrenales o místicos, denominados, en cada una de ambas circunstancias, indistintamente, cónyuges. De allí que al éxtasis, ubicado indefectiblemente en el cenit, sea cual fuere el lugar de su generación (cuerpo o alma) y sea cual fuere el modo de ejercitación (corporal o de índole desconocida como lo sigue siendo la mental, para el común de la gente) se lo considera un fenómeno indiscutible, ligado de manera indisoluble al religioso misterio de lo asombrosamente celestial, experimentado por la especie humana.
Obras escritas por Santa Teresa de Jesús:
1)     “Vida”, Cuarenta capítulos.
2)     “Camino de Perfección”, cuarenta y dos capítulos.
3)     “Castillo interior o Las moradas”,
“Moradas primeras”, dos capítulos.
“Moradas segundas”, un capítulo.
“Moradas terceras”, dos capítulos.
“Moradas cuarta”, tres capítulos.
“Moradas quinta”, cuatro capítulos.
“Moradas sextas”, once capítulos.
“Moradas séptimas”
4)     “Conceptos del amor de Dios”, siete capítulos.
5)     “Libro de las Fundaciones”, treinta y un capítulos.
6)     “Relaciones espirituales”, a) en la Encarnación de Ávila en 1560; b) en Sevilla en 1576; c) en Sevilla en 1576.
7)     Avisos de la Madre Teresa de Jesús para sus Monjas”
8)     “Poesías”,  diez.
9)     “Epistolario de Santa Teresa”, cuarenta y seis cartas.
10) Fundó 18 Monasterios en España, todos de clausura femenina, desde 1562 hasta 1582, año de su muerte: 1.- Ávila, su ciudad natal (1515). 2.- Medina del Campo. 3.- Malagón. 4.- Valladolid. 5.- Duruelo. 6.- Toledo. 7.- Pastrana. 8.- San Pedro de Pastrana. 9.- Salamanca. 10.- Alba de Tormes. 11.- Segovia. 12.- Beas. 13.- Sevilla. 14.- Caravaca. 15.- Villanueva de las Jara. 16.- Palencia. 17.- Soria. 18.- Burgos. 

Fueron estas fundaciones realizadas con mínima inversión, en casas antiguas y hasta abandonadas, algunas, sin valor, razón por la cual las conseguía a muy bajo alquiler y ubicadas en los poblados rústicos, de las afuera de las ciudades. El trabajo de reparación, albañilería y ornamentación precaria, hasta poder llegar a ser inaugurados, con la ineludible primera misa, era asumido por todos los que tomarían luego parte de esa Institución. Trabajo pesado que no cesaba por cuanto debían afrontar también el de mantenimiento. Las celdas, eran siempre pequeñas y pobres. Respecto de ese detalle se hace necesario señalar, recalcando, que dentro del área reservada a morada de los confesores (varones considerados más piadosos y más ortodoxos que los Calzados-mitigados), existente en todos los conventos de Carmelitas  Descalzas, recién inaugurados, esas celdas, además de despojadas de confort, se encontraban alfombradas de pasto común (heno)   sobre  piso de tierra apisonada; colchón seco y extremadamente natural sobre el cual, luego de sus intensas jornadas de trabajo manual y oración, dormían, entre otros los famosos santos: San Pedro de Alcántara y San Juan de la Cruz. Este último conocido en todo el mundo hasta la fecha por su vida piadosa,  sus poemas místicos, en especial por los que forman parte del texto de su libro “La noche oscura” y, además, por sus exageradas mortificaciones corporales, no aceptadas por Teresa debido a su precaria salud. La historia informa que, Éste, al ingresar al noviciado Carmelita, era conocido por su nombre originario: Juan de Santo Matía y que en esa época, mientras pretendía ser fraile, su ingreso y su actitud amistosa para con ella le aportó, conjuntamente con Pedro de Alcántara (otro grande), en medio de las tribulaciones que la hacían meditar a solas, encerrada en su despojada celda, el convencimiento de que su accionar era positivo. Porque, si bien, en el principio  de la pretendida reforma, propiciada por ella para enderezar hábitos malsanos, concerniente a los usos y costumbres imperantes (muchos hasta disipados),  los frailes, clérigos de las órdenes de los Carmelitas Calzados, todos, (de allí el nombre de mitigados) (mitigados respecto de los sacrificios), permanecieron, por largo tiempo sin adherir. Sin embargo, con el correr de no muchos años (a partir de 1568 (fundación del Monasterio de Duruelo), Teresa pudo comprobar que dentro de los primeros frailes, reconocidos como personajes importantes, registrados como sus aliados, se encontraban:  Antonio de Heredia, quién tomó, luego el nombre de Fray Antonio de Jesús; Juan de Santo Matía, quién luego se llamó Fray Juan de la Cruz y Luis de Céllis, quién un  poco más tarde, definitivamente decidido, al enrolarse por convicción en la cofradía de los descalzos (ya no más Carmelitas Mitigados, se bautizaría con el nombre de Fray José de Cristo. Teresa los consideró, a los tres, sus verdaderos aliados por promover respetando y haciendo respetar las taxativas reglas de convivencia dentro de sus claustros religiosos de recogimiento e introspección. Reglas redactadas por ella misma, pero dictadas a partir de largas meditación trascendentales, con las cuales llegaba a la captación de la palabra de Dios, su Señor. Normas que, aunque ampulosamente repudiadas, por los mitigados, en un principio, aún se encuentran vigentes en sus Conventos.  Todo esto fue expresado al referir su vida, llena de detalles interesantes, a modo de diario íntimo, dentro del texto de uno de sus muchos libros, al denominado: Vida.           
TRANSCRIPCIÓN de PARTES de POEMAS de SANTA TERESA de JESÚS de ÁVILA.
¡Ay, qué larga es esta vida!/¡Qué duros estoy destierros!/¡Ésta cárcel éstos hierros!/
en que el alma está metida! Sólo esperar la salida/ me causa dolor tan fiero/
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga/ donde se goza al Señor!/ Porque si es dulce el amor,/
No lo es la esperanza larga; quíteme Dios esta carga/ más pesada que el acero.
Que muero porque no muero.
TRANSCRIPCIÓN de PARTES de POEMAS del CANTAR de los CANTARES.
1 El Canto sublime que es de Salomón.
ELLA: ¡Que me bese/ con los besos de su boca!/Tus amores son un vino exquisito,/
Suave es el olor de tus perfumes/ y tu nombre, ¡un bálsamo derramado!/
Por eso se enamoran de ti las jovencitas./¡Llévame!/ Corramos tras de ti./
Llévame, oh Rey, a tu habitación/ para que nos alegremos y regocijamos/
y celebremos, no el vino, sino tus caricias./
¿Cómo podrían no quererte?/Soy morena pero bonita,/hija de Jerusalén/
Como las carpas de Quedar,/ como las carpas de Salomón./ No se fijen en que estoy morena,/
El sol es el que me tostó./ Los hijos de mi madre, enojados contra mí/
me pusieron a cuidar las viñas./ Mi viña yo la había descuidado./ Dime, Amado de mi alma/
¿a dónde llevas a pastar tu rebaño?/ ¿Dónde lo llevas a descansar a mediodía?/
Para que yo no ande como vagabunda/ detrás de los rebaños de tus compañeros?
CORO: ¡Oh la más bella de las mujeres!/ Si no estás consciente de quién eres,/
Sigue las huellas de las ovejas/ y lleva tus cabritas a pastar/junto a la tienda de los pastores.  
EL: Como yegua uncida al carro de Faraón/así eres a mis ojos amada mía./
tus mejillas se ven lindas con esos aros/ y tu cuello entre los collares./
Te haremos aros de oro /con cuentas de plata.
ÉL y ELLA: Mientras el Rey estaba en su aposento/se sentía el olor de mi perfume./
Mi amado es para mí, bolsita de mirra/ cuando reposa entre mis pechos./
Mi amado espara mí, racimo de glicina/ en las viñas de Engadi.
¡Oh mi amor, qué bella eres,/qué bella eres con esos ojos de paloma!
Amado mío, ¡qué hermoso eres/qué delicioso!
Nuestro lecho es sólo verdor.
Las vigas de nuestra casa son de cedro/ y tu techo de ciprés.

Encuentro Internacional de Escritoras “Marjory Stoneman Douglas, 2016.
                                                           
         
                                                                                                     


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