martes, 22 de enero de 2019

A LOS TRES GAUCHOS DE RENCA (Cuento)

A LOS TRES GAUCHOS DE RENCA  (Cuento)

La soledad arenosa de San Luis arremolinaba ilusiones.
Año 1813… Renca estaba muy lejos de todas partes. Aislada, no sabía ni ella ni sus hijos que la Patria, cuyo significado habían captado pero  no sabían transmitir, se había dejado llevar por la brisa puntana y flotando entre sus médanos, solitarios y puros, fue transformándose hasta llegar a ser, por fin, el destino de aquellos tres gauchos ligados a su historia y a la Historia, que es como si dijéramos a la eternidad.
Ellos sabían que sus veinte años les sobraban para expandir vigor; que sus cuerpos no bastaban para contener sus espíritus y que había en el aire una llamada que escucharon sin entender, a la cual respondieron y que no había sido otra cosa que el sino por ellos ignorado que dibujó, desde ese instante en sus pensamientos la exacta figura de  la Patria y su medida.
Un día se juntaron. Eran tres y decidieron partir aquella tarde de rescoldo, de Conlara adormecido, casi seco; de silencios trinados de sonidos de espesura ancestral.
Sólo Dios los vio irse y yo que me constituí en la historia del devenir de ese instante.
Los otros paisanos no notaron su ausencia. Los gauchos no explican, ni lloran. Ellos solo sirven. Por eso tampoco nadie los extrañó.

Caballo, poncho, chiripá y cuchillo. Allá van.
Fundidos sus espíritus ya han hecho renacer el del soldado, cuyo fin natural: la Patria y su Bandera, les hará iluminar sus existencias hasta la inmolación inevitable.
¿Hacia dónde iban? ¿Cuándo volverían?
La respuesta no estaba en ningún lado. Sólo sabían que para poder cumplir la promesa formulada la plaza de su Renca serviría.
Volver… volver un día reencontrándose allí.

San Martín fue testigo de bautismo en la batalla y San Lorenzo cobró por el triunfo que diera nacimiento a tanta gloria.
Aquellos remolinos de guadales no pudieron envolverlos más.
Quedaron allí, los tres en la vanguardia, vueltos al sol, dueños del mundo y poseedores de toda la verdad.
Hoy en la plaza sin sombra, irradiada de luces que enceguecen la siesta, un calor parece llegar del monolito central que simplemente y sin ninguna arrogancia se yergue a la memoria de: JANUARIO LUNA, JOSÉ GROGORIO FRANCO Y BASILIO BUSTOS.

(A Renca, a menudo, se la encuentra llorando y balbuceando este epitafio)

Debió el hombre hundirse en la tristeza
para gozar mejor de la alegría.
Murieron mis  tres gauchos, aquel día
de sangre y sol patriótico…Y proezas.    

                                                                                                                Amanda Patarca               


No hay comentarios:

Publicar un comentario