sábado, 12 de enero de 2019

YO, AMÉRICA (Díptico) (Poema libre) (Alegoría patriótica).

Título: YO, AMÉRICA (Díptico) (Poema libre) (Alegoría patriótica).
(Después de aquel gran salto luminoso y brillante por llevar en su arco al sol prendido, lloro a mares.  
-Dedicado a: América Hispana y a Fray Bartolomé de las Casa, mi defensor-

I.- RELACIONES GEOMÉTRICAS EN FUNCIÓN DE LA HERENCIA MAL HABIDA.   

¿Habré perdido mi telúrico linaje por negarme a rezar, como ordenaron?
La emoción me sorprende después de cinco siglos,
cuando a fuerza de pensar que yo volaba he podido comprobar que con mis alas
pude y puedo, cuando quiero, tocar el techo cóncavo del cielo.
Y eso… porque con las plantas enraizadas de mis pies descalzos

completo el necesario circuito de energía
que volatiliza mi sangre, calentándola.

Y mientras decido quedarme por un rato, a solas, cara al cosmos, activando mi fuego, como ahora,
para medir con igual vara lo que vengo a medir,
valorar lo propio y establecer quién soy,
utilizando para unir estos dos mundos lejanos el secreto pasadizo
que sólo yo conozco y África quizá, proclamo mi alegría por haber comprendido
que si algo se ha perdido, lo mucho que ha quedado  pugna por renacer.
Mi estirpe fue invadida, por ángeles mundanos, de dura entraña y oscuro proceder.  

Exhibiendo en el trámite un finísimo cáliz, colmado de un extraño elixir, energizante.
Cáliz consagrado con vino ensangrentado,  les escuché decir. Generador mágico de frutos prodigiosos,
Habiendo conseguido, sin un solo reproche de mi parte, con Él, por Él, y en Él,
limpiar sus bocas sucias; sus propias bocas sucias, al impregnarlas, por dentro,
con el sublime espíritu de Dios. Del Dios, ahora, de todos. Nuestro Divino Señor,
Vino fermentado en cubas tristes, ese, el del rojo sanguíneo resplandor, vertido sin sosiego, luego,
sobre las dulces aguas de mis ríos soberanos, entregados a su eterno y majestuosos desliz anhelante.  

¡Usurpación! gritó mi gente, antes de contemplarse enardecidos,
peleando como bestias, ¡pobrecitos!  en medio de esa guerra por demás injusta
en la que muchos de los nuestros morirían, como lo hicieron.
Guerra a la que entramos inconscientes, sin saber cómo proceder;
sin pensar que esos hombres vencerían adueñándose de todo.
Tal vez porque metidos ya en la lucha nos costaba olvidar lo que sabíamos:
que nada del presente se ganaba, ni nada del futuro se perdía, con ella.

La propiedad, sin gracia concebida; sin pena, ni gloria, ni valor, ni custodia  
solo era aceptada, aquí, convertida en lluvia, luego de invocada en los rituales,
cuando, saborizada con un sutil dejo de caña azucarada, se entregaba en delicioso Maná metalizado.
Fluido acuoso vertido desde el cielo, intervenido con luces mortecinas y fulgores estridentes, a veces.
Para que las cosechas, de todos, reventaran colmadas  
y la expectante alegría se entronizara sola,
justo donde nos fue ofrecido el cáliz, mucho tiempo después.                                                                                                                                                  

Alegórico y purísimo brebaje envenenado resultó aquel del cáliz;
ese, el transformado en misterioso continente de atractivas y ambiguas consignas.   
Exquisito licor fuerte y  de un color rojo, sereno, transparente e impregnado de luz.
Y más útil, todavía, que el Maná.
El mismo que impulsara, a aquellos que llegaban trepando a mis alturas,
espada en mano y sin remordimientos,
a colgar en lo más alto del cielo, en triste cruz, su propia sombra oscura
                                                                                                                                                                    
 II.- YO, AMÉRICA HISPANA  (para que me ubiquen)
(Trafalgar… llegando hasta Malvinas heriste en carne propia al heredero)

Guerra justa, se dijo. Y entramos en  la guerra, todos. Los unos y los otros. Recuerdo a aquellos hombres.                                                                                                                                                                                                                                                                                                 
Sin duda eran “los otros”. Tenían la piel blanca… endurecida y ajada por la sal.
Eran los que, de a poco y a puñados, sin amos ni señor, desde el confín del mar
legaban mostrándose bravíos, cabalgando sus dioses indómitos, de oscuro pelaje y bramido asesino,
saqueando nuestras minas,  matando  enardecidos, infundiendo terror. Me parece estar viendo
su extraño primer salto, llegado a nuestros ojos con luces de cometa por llevar en su comba a un Dios
                                                                                                                                           prendido. Maltrecho, ensangrentado...  aferrado a esa comba, Pero de  eso último, nos enteramos luego.

Más tarde fueron otros los hombres que arribaron, Recuerdo que eran muchos;
y rubios y elegantes y cultos y educados y aún recuerdo más…
Después, pasado, ya, un buen tiempo, Inglaterra con tantas pretensiones como para imponerse,
logró su cometido triunfando en Trafalgar.
Y todo sucedió, puedo jurarlo, luego de concretado, en otro idioma, ese lejano y ambicioso salto
de lenta trayectoria; la que en pleno anochecer resplandecía por llevar prendido el sol, su aval y guía.
Fue cuando asombrados, nos preguntamos todos: ¿Habrá perdido España sus dominios lejanos, aquel
                                                                                                                                                          día?
Y, además, esto otro:¿Habrá perdido España su poder, su suerte y su fortuna, por negarse a rezar?
Me voy a presentar me llamo América.
Mi madre no quería que me pusiesen nombre.
Los sonidos del viento surcando mis llanuras,
amparando misterios ocultos en mis selvas,
preservados no en vano por mis fieles hermanos, le eran suficiente.
Mi padre pereció; murió en algún combate, defendiendo mi orgullo, sin saber que lo hacía.

Yo sé que fue valiente y que se acerca el día en que todos mis hijos recompongan su nombre
y exhumen su mirada por siglos sepultada. Sin embargo, después de sinsabores y tantos desengaños…  sintiendo, hoy, más que nunca, que mi fatal historia, ya casi diluida, se ha enturbiado,
mostrándose,  a mis ojos,  confundida y,  en este último tiempo, maltratada, al cabo de estos años,  cansada de ambular desprotegida, con grito “americano” preocupado, pretendo actualizarla:
Recordarles que un día yo misma fui arcilla originaria, gestadora pacífica de mi angustiada sangre
viscosa, espesa y vital, atrapada en las redes de mi cuerpo en letargo prudente, por tiempo inmemorial.

Circulando escondida, sin rumbo, sin gozar del pujar,
mientras la sincronicidad, al amparo de su latente espera,
preparaba mi útero en secreto, transformándolo en dócil hasta la llegada de la feliz actitud de su obrar
a favor del inicio de la vida. Amasijo obligado a descargar, luego y por siempre, a partir de los muertos,
la fuerza vertical, arrolladora en su huída, de los infinitos pies ya inertes, en constante desliz, ordenadamente encolumnados en viaje hacia el destino final, certero y embarrado del centro de la tierra.
Sin escala, sin paradas en regiones intermedias. Sin valijas ni equipaje. Sin regreso.                                                                               

Amasijo de hombres, eso era yo, no otra cosa. Amasijo perenne en vaivén de infortunio.                           
coraje en espera del fulgor de la vida, que un día se dio, hasta que por su indómita bravura, sucumbió,  
Vida nueva impulsada, por fin, hoy, por Dios, en cálido tributo. Ofrenda demorada, esa vida gestada
en el vientre del eco quejumbroso e infinito, propalado en todos los espacios, abiertos a mis vientos.  
Eco celestial de mística raigambre, en mis abismos; repetidor del tronar de los tambores
que, desde el cosmos, se escuchan movidos por las almas rústicas de los que aquí nacieron,
crecieron y vivieron, muriendo, todos, maltratados, luego.
                                         
Y, aún necesito recordarles más: que Hitler no fue el iniciador de genocidios;
que soy tierra viviente en estado latente; que mi nombre es América desde mi  bautismo, el último,
el llamado a permanecer eterno por la ambición de ellos, “los otros”, los que así lo dispusieron.
Sin embargo, como se habrán dado cuenta, lo acepto resignada porque me pertenezco.  
Y porque hoy  sé que soy mía, a pesar de las bulas y leyes creadoras de amos y de las turbias razones
de mi precariedad, como homenaje a mi  historia, quiero que recuerden una sola cosa más.
Que en un tiempo feliz, no tan lejano, mi tierra fue de Aztecas, de Incas, de Chibchas y Araucanos…                                                                                                                

                                                                                                                           Amanda Patarca                                                                                                   

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